25 de junio de 2011

Borrador I

 
La alarma del despertador la sacó de un sueño profundo. Esperó que el brazo de Julián la acercase a su cuerpo caliente para dormir juntos, como siempre, los últimos minutos de la noche antes de que el despertador anunciase definitivamente la mañana. Esperó, y el brazo no llegaba. Sintió ese pánico de llaves olvidadas, de hornallas prendidas. Pero esta vez el miedo no se fue. Despertó del todo y abrió los ojos para encontrar la cama helada y vacía. Recordó entonces que era miércoles, que era su cumpleaños y que él se había ido, que no iba a volver.
Se levantó sin esperar que el reloj sonase otra vez y fue a la habitación de Malena. Ella dormía abrazando su elefante de peluche, y lamentó tener que despertarla. La beba abrió los ojos, azules como los del padre, y la miró. Vamos gorda, le dijo mientras la levantaba. Ya la había sentado en su silla con la mamadera y unas galletitas cuando sonó el teléfono.
-Feliz cumpleaños, hija-
-Gracias, pa- sonrió porque su padre siempre era el primero en saludarla. Julián la saludaba antes de que se fueran a dormir, y a la mañana… cortó el recuerdo, como tantas veces hacía.
-¿Qué vas a hacer esta noche?-
-Nada, lo de siempre. Cenar con Malena- la beba la miró al escuchar su nombre y tiró otra galletita al piso.
-¿No querés venir a casa?-
-No, pa, nos vemos el sábado.-
-¿Estás segura?-
-Sí. ¿Quién va?-
-Los mismos de siempre-
-¿Y Silvia?- casi se arrepintió de haber preguntado.
-Dijo que no. Que otra vez será.-
-¿Y Malena? Hace meses que no la ve. ¿Cómo puede ignorar a su propia nieta?- trató de controlar el enojo que siempre se salía de control cuando se trataba de su suegra.
-Bueno, es difícil para ella. Todavía no pasó un año desde que Julián se-
-¡Ya lo sé! Pero no tiene nada que ver-
-Le cuesta ver a Malena todavía.
Si, ya lo sabía. Porque se parecía tanto al padre. Como si ella no se diera cuenta. Suspiró.
-Mariana. ¿Estás ahí?-
-Sí, papá-
-¿Por qué no venís a comer a casa hoy? Tu mamá puede hacer carne al horno y de postre-
-No, pa, el sábado nos vemos. Tengo que cortar, Malena está por tirar todo el paquete de galletitas al piso-
-Bueno, hija, nos vemos el sábado. Dale un beso a Male de mi parte-
Sacó la taza de café que había quedado en el microondas y se sentó. Malena seguía destrozando galletitas y hablando sola, como siempre hacía.
–Ma má-
-Sí, gorda, estoy acá-
Sabía que tenía razón, que su enojo era justificado. Su hija no tenía padre, y necesitaba a todos sus abuelos. Sobre todo a la única persona, además de ella, que podía contarle cosas de su padre. Y había tanto que ella no sabía, que nunca se le había ocurrido preguntar. Un pedazo de galletita le cayó en la mano. Pero no era sólo eso. Estaba enojada porque era tan injusto. Que Silvia no quisiera ver a su nieta, que pudiera pasarse días enteros en la cama mirando fotos viejas, que fuera a la tumba de su hijo todos los domingos. Que pudiese llorar cuantas veces quisiera. Y ella estaba atrapada en toda esa vida que tenía por delante.
-Ma… Pa- dijo Malena, y se rió.
-¿Qué dijiste?- por favor, que haya escuchado mal.
La nena se escondió un momento detrás del paquete de galletitas, lo tiró y volvió a decir, más decidida:
-Pa-pá-
Ella se quedó mirándola. ¿Dónde habría aprendido esa palabra? ¿Para qué la quería? Se paró de golpe y dio vuelta la taza de café sin querer.
-No digas eso. ¿Me escuchaste? ¡No se dice eso!- casi gritó. Se agachó para levantar toda la comida que había por el piso. Malena la miró fijo por unos segundos y empezó a llorar. Ella suspiró, dejó las galletitas que tenía en la mano lejos del charco de café de la mesa y abrazó a su hija.
-Shh, ya pasó. ¿No vas a decir más esa palabra, no es cierto?- dijo en el tono sereno que usaba siempre. Siguió meciéndola hasta que la beba dejó de llorar y se acurrucó contra su cuello. –Ahora nos vestimos y vamos al jardín. ¿Querés ver a Fernando?- Malena la miró y se rió de nuevo. Qué fácil era hacerla reír.
 
Casi una hora después estacionó el auto cerca del jardín, y bajó con una sensación extraña. Algo faltaba. Caminó con Malena y las dos vieron llegar a Fernando de la mano de su mamá. Él se soltó al verlas y avanzó con una sonrisa oculta detrás del chupete. Malena también avanzó sonriendo. Se dieron la mano y entraron juntos. Ella miró a la madre del chico y las dos sonrieron, como diciendo “mirá a nuestros hijos”, o “ya no nos necesitan”. Entró ella también y se quedó en la puerta del aula, mirando. Fernando abrazaba a Malena y le metía galletitas en la boca. Ella se reía, comía la mitad y le daba la otra a él.
-Son adorables- le dijo una de las maestras al pasar con otra jarra de leche chocolatada.
-Sí- contestó ella, aunque la maestra ya se había ido. Cruzó los brazos, sabiendo que tenía que ir a trabajar, pero sin poder despegar la mirada de su hija. Apretó los brazos con más fuerza, extrañamente alejada de todo, sintiéndose agotada. Suspiró una vez más y salió.
 
Esa noche cenó con su hija. Ante una velita encendida, pidió el mismo deseo que todas las noches antes de irse a dormir. Malena quiso soplar varias veces la vela, y ella se preguntó si pediría algo cada vez, y si su deseo fuese que el nene de ojos marrones la recibiese a la mañana siguiente en la puerta del jardín. Tal vez Malena pensara que Fernando estaría siempre esperándola en la puerta, pensó mientras se quedaba dormida.
 
Estaba caminando por la calle, cerca de su casa. Esas veredas no se parecían en nada a las reales, pero ya las había visitado alguna vez, como una copia distorsionada de la ciudad donde vivía. Estaba tan enojada. Con su padre, con Silvia, incluso con Malena. En algún lugar, sabía que ese enojo no era justo, que ninguno de ellos se lo merecía, pero no importaba. Sentía que no avanzaba por más que estaba corriendo ya. Llegó a una enorme casa de piedra, su casa, y entró recorrió los pasillos sin saber bien a dónde iba. Escuchaba el llanto de Malena desde algún lugar, pero lo ignoró. Entró en una habitación que era como la suya, que era la suya y sólo pudo ver la cama, enorme, revuelta, vacía. Entonces lo sintió, todo ese dolor que había guardado y empezó a llorar. Se asustó porque el llanto la ahogaba, trató de contenerlo y quiso despertar. Escuchó el despertador a lo lejos y luchó por salir, por alejarse de la angustia que amenazaba con desbordarse y llevárselo todo. Escuchó unos gemidos y supo que eran suyos, entonces empezó a calmarse porque ya salía, ya estaba de vuelta en su cama y en cualquier momento Julián la iba a abrazar, y le iba a decir que ya había pasado, que todo estaba bien. Iba a apretarla entre sus brazos para dormir esos últimos minutos antes de que el despertador sonase otra vez.
 

4 comentarios:

Lucia Metcalf dijo...

me gustó muchísimo. Tendría que releerlo para entender bien el final..

Sidonie dijo...

:)

Anónimo dijo...

Es cierto que es un borrador, pero es un señor borrador. El final es realmente muy, muy bueno. Habría que trabajar el desarrollo, la conexión entre las últimas escenas (y revisar la redacción, hay alguna reiteración, algún verbo demás); pero el final es espectacular y hace desaparecer todo. Casi me hace ponerme a llorar otra vez (ya me había hecho lagrimear cuando me contaste la idea). Felicitaciones, lográs cosas muy buenas, Lali!

Lucia Metcalf dijo...

A mi me pareció que el principio está muy bien descripto, me siento ahí con ella, con la beba, es muy real./