4 de julio de 2011

Pequeña aventura bajo el mar

 


Las rodillas le crujieron cuando se subió al colectivo. Un pequeño recuerdo, todas las mañanas, de que las cosas ya no eran como antes. Se podía seguir siendo joven de corazón, pero el cuerpo nunca mentía. El colectivo seguía medio vacío a esa altura de la avenida, así que pudo elegir asiento. Era un sesenta viejo, de esos en que los asientos, todos de a dos, empezaban a la mitad. Adelante aprovechaban el espacio para la multitud de gente que se apretujaba a todas horas en esa línea. Le gustaba el primer asiento. En realidad le gustaba estar del otro lado de la puerta, pero no demasiado lejos de la puerta como para que fuera incómodo bajarse después. No es que le molestara rozar a la gente, sobre todo a las mujeres, eso había hecho bastante hacía algunos años. Lo seguía haciendo de vez en cuando, si alguna le gustaba particularmente. Como al pasar, eso sí, no fuera que lo acusaran de algo. La gente estaba como loca ahora con eso del acoso, pero él nunca había hecho eso. Siempre con cuidado, si se corrían no molestaba más. Pero por hoy se había sentado, menos mal, porque las rodillas no le respondían como antes, y se dedicaba a mirar. Miraba sobre todo a la chica que se había subido recién, una morocha flaquita que se había apoyado en el caño amarillo, sentado más bien, justo al lado del chico de camisa que había subido con él, y movía la cabeza al ritmo de la música que llevaba en los oídos. Le gustaba, la morocha, le hacía acordar a esa mujer que había conocido hacía tanto tiempo, antes de casarse, en una plaza. Ella había estaba dibujando y él se había acercado a mirar, elogiando la obra sin entender bien qué era. Es abstracto, le había dicho ella, y él pensó que esa era otra manera de decir que no sabía dibujar. Ése debería haber sido un indicio a tomar en cuenta, esa tendencia a adornar la realidad, que bien podría decirse que era su único talento artístico, pero en ese momento no estaba pensando con la cabeza. Ah, las cosas que había llegado a hacer cuando era joven por una mujer. En eso le hacía acordar esta morocha a la otra, la de la plaza, ésta también parecía de las que ven las cosas como quieren. Y se reía, la chica, como si supiera lo que él estaba pensando. Miró de nuevo y vio que el chico que estaba justo al lado de ella en la barra amarilla también sonreía y él conocía bien esa sonrisa, la veía en sus hijos cuando estaban por comer un caramelo antes de la cena. ¿Qué estaban haciendo esos dos? Estiró el cuello para mirar mejor y vio dos manos apoyadas en el caño, una al lado de la otra, pero eso no podía ser, si apenas se rozaban, entonces miró un poco más y vio los brazos apoyándose, acariciándose, y entendió las risitas y casi se rió el también. Entonces la morochita lo sorprendió, cambió la mano de lugar para agarrar la barra al revés, justo del otro lado de donde estaba la mano de él. En el instante en el que el chico la sintió abrió la mano y entrelazó los dedos de ella con los suyos. Los dos miraban para adelante, como si el resto de sus cuerpos no estuviese enterado de lo que estaba pasando ahí abajo; pero él sólo tenía ojos para las manos, que ahora empezaban jugar y los dedos tanteaban a los otros dedos, se mimaban, se apretujaban, alejándose ya de la excusa del caño amarillo, siguiendo con su pequeña aventura bajo ese mar de gente, ignoradas por todos. Miró alrededor, preguntándose cómo podía ser que nadie se diera cuenta, que nadie lo sintiera; aunque estuvieran tan escondidas de cualquier mirada indiscreta salvo la suya, que lo vio todo y veía todo y ya no se reía con ellos, ya no le parecía divertido el manoseo de colectivo porque no era él, nunca más sería él. De pronto la parejita se desenroscaba del caño, empujaba a la gente y bajaba en esa calle inhóspita donde no había nada, ni siquiera un bar; pero él sabía que no era eso lo que buscaban. Había uno por ahí cerca, él había ido hacía tanto tiempo ya. Sí, seguro que era ahí a donde iban, si por ese lugar no había otra cosa, si eran tan jóvenes, seguro que era eso lo que iban a buscar.
 

2 comentarios:

agustín dijo...

qué ramal?

Sidonie dijo...

Ay, no me acuerdo ya. Me parece que era el que va por Fleming.