30 de junio de 2009

Saltar

¡Dios mío! El final de Los pasos perdidos...
Ya sé, me entusiasmé con las citas. Es que hay tanta genialidad dando vueltas. No puedo evitarlo.

Este cuento lo escribí el año pasado y me ayudaron a corregirlo mis compañeros del taller de escritura de la facultad, a principios del 2008. Espero que les guste.
Mariska Hargitay!


¡Qué frío hacía esa noche! Por suerte ya estaba en la cama, bien abrigada y lista para abandonarse al sueño. Los postigos estaban cerrados, pero aún así la luz de los faroles de la calle se filtraba delicadamente en la habitación formando extraños dibujos en la pared (lila de día, azul profundo de noche). Era temprano todavía, pero ella estaba cansada. Había tenido un día idéntico a todos los demás.
Escuchaba ecos de ese ruido callejero, de la vida nocturna que le era negada desde siempre. Otra vez sentía que las paredes azules se acercaban sigilosamente y en el momento menos esperado empezaban a ahogarla con la determinación de todos los sábados.
Si sólo supiera cuántos más tendría que soportar... un número sería horriblemente esperanzador.
Cerró los ojos mientras se dejaba llevar por el antiguo perfume de lavanda. Los pensamientos cotidianos iban desapareciendo, se hacían indefinidos a medida que su mente se hundía en el inconsciente que luchaba por saltar...
Caminaba sobre esa línea blanca que estaba fría. Sus pies la recorrían lentamente en rigurosa fila india, y cuando llegaban al final daban la vuelta y volvían a empezar.
La luna iluminaba débilmente el barranco y el mar, pero hacía brillar la línea blanca por donde disertaban sus pasos.
Ah, sí, la noche era deliciosa. El momento ideal para saltar. El precipicio se mostraba tan amigable y acogedor... un alivio profundo para sus tragedias mínimas.
Pero no, en ese instante no había problemas. Existía solamente el abismo y el viento que hacía a la caída tan seductora.
Apoyaba un pie y se balanceaba, probando, pensando cómo se sentiría caer al vacío. Tarareaba una melodía que no recordaba con precisión, pero afortunadamente ya no importaba. Ése era el maravilloso efecto de la brisa.
La canción terminó. Supo que era el momento esperado, del que ya no despertaría.
Y saltó.

2 comentarios:

Lucia Vargas dijo...

Clap, Clap, Clap, Clap.. me encanta este cuento! y (noseporke) el otro dia me acordè de èl... que bello fue volve ra leerlo. Igualmente, quisiera conversarlo con vos... hay un par de cosas aun...
en fin!de cualkier manera, me encantò! y si, bienvenida a mi!!! ke aparezco por primera vez por estos lares! ^^

Sidonie dijo...

Jajaja cierto, bienvenida...
El viernes lo comentamos entonces.
beso!